A los veinte minutos de nuestra visita al huerto de calabazas me percaté de que algo iba mal. No era el ambiente, si bien hay que reconocer que los fardos de heno estaban demasiado despeinados y las carretas demasiado inclinadas.
No eran mis dos hijas -de dos y 5 años- las que corrían, se subían a las pacas y se llenaban el pelo de heno. Ni tampoco mi sufrido marido, que procuraba ser optimista.
Lo que estaba mal era , y mi forma de comportarme.
Cuando mi hija estaba en tratamiento contra el cáncer, le leía en voz alta. Le asistió a conectar con sus amigos una vez que estuvo suficientemente sana para ir a la escuela.
De qué manera conté a mi hijo de cuatro años por qué estaba en silla de ruedas
«Bien, sube a la carreta con tu hermana. Sostén la calabaza. No, así no, no puedo verte la cara. Ahora empújate el pelo tras la oreja. ¡Mírame! ¡Semeja feliz! ¡Sonríe!
Lo irónico es que no creía que fuera «esa madre». Tengo parcialmente pocos seguidores en Instagram y raras veces comparto fotografías de mis hijos. Cuando lo hago, eludo enseñar sus caras y solicito a mis familiares que hagan lo mismo, si bien crean que soy sobreprotectora. Mas pese a todo esto, deseaba una fotografía de mis hijas monas en la carreta, maldita sea. Si bien solo se viese la una parte de atrás de sus cabezas, para poder sostener mi superioridad ética sobre esas otras madres que publican fotografías inacabables de sus hijos. Sí, deseaba tener mi Insta-pastel y comérmelo asimismo.
Solo tras publicarla me di cuenta del fraude en que me había transformado, proyectando una imagen de mi sana paternidad en el huerto de calabazas, cuando realmente no había estado allá en lo más mínimo, cuando menos mentalmente. ¿Qué había estado haciendo precisamente al publicar esa fotografía? ¿Con quién me imaginaba que hablaba y por qué me preocupaba más por ellos que por estar presente con mi familia? ¿Qué le hacía Instagram precisamente a mi maternidad?
Como la mayor parte de los millennials, solo he conocido la paternidad en la era de las redes sociales. Somos la generación que se enganchó a Instagram a lo largo de la nutrición nocturna, haciendo scroll en pos de algo que nos divierta (o sencillamente nos sostenga lúcidos) sin demandar ninguna aportación intelectual. Escuchamos podcasts sobre maternidad, mandamos caricaturizas de «Viva por la ginebra» a nuestros amigos con emojis cómplices, cedemos frecuentemente a la adquisición de los muchos artefactos para progenitores que nos venden en Instagram (por no charlar de los correctores y las cremas para el vientre que juegan con las inseguridades inducidas por la maternidad).
No obstante, en el huerto de calabazas me percaté de que las redes sociales están moldeando -e inclusive distorsionando- nuestra experiencia real como progenitores. Todo estaba listo para ser «instagrameable», desde las carretas de Farrow and Ball hasta los chocolates calientes con ornamentos de malvavisco. En verdad, la mercadotecnia del acontecimiento prometía explícitamente «un montón de ocasiones fotográficas diferentes en el campo, ¡a fin de que puedas apresar las mejores fotografías de calabazas!». Me habían visto venir a mí y a mi iPhone a la legua.
La «instagramabilidad» es ahora un criterio esencial para prácticamente cualquier actividad de pago, incluyendo los acontecimientos familiares. Olvídate de los hastiados cuadros en las paredes: ahora todo son proyecciones «inmersivas» capaces para Instagram en las exposiciones de arte, como las recientes muestras de Hockney y Van Gogh en la ciudad de Londres. El Twist Museum de Oxford Circus es absurdamente capaz para Instagram: es suficiente con introducir a un pequeño en el túnel de espéculos y ¡listo! Aun el MuSeo de Historia Natural ha sido víctima. En su reciente exposición de Titanosaurios, vi a 3 progenitores tomar 3 fotografías diferentes a sus hijos con las cabezas graciosamente puestas en las mandíbulas del mismo cráneo de dinosaurio.
Estos días, cuando veo una imagen de maternidad perfecta en Instagram, intento recordarme a mí que la presencia on-line de una persona acostumbra a ser más una representación que una realidad.
Mas, ¿qué sucede con los que consumimos todo este contenido? Personas como Tash, la madre imperfecta protagonista de mi nueva novela, Las otras madres, que es adepta a ver las vidas perfectas de otras mujeres, preguntándose por qué sus experiencias como madres semejan considerablemente más fluidas, alegres y estéticamente agradables que las suyas. ¿Qué impacto tiene todo eso en nuestra salud mental?
«El acto de hacer scroll es algo de lo que no encuentro muchos razonamientos a favor», afirma la cronista Sara Petersen, autora del libro Momfluenced sobre la cultura y el impacto de las «mamás influyentes», las mujeres que han transformado la maternidad en un espectáculo rentable en las redes sociales. Petersen comenzó a consumir Instagram cuando sus hijos eran bebés, «enganchada a un sacaleches en la obscuridad de las quinientos treinta de la mañana». Mirar a su influencer preferida, escribe, «me hizo estimar cosas…. Espéculos de Anthropologie, extensiones de pestañitas… un piso en el Upper West Side. Pecas. En ocasiones aun me hacía apreciar quedarme encinta otra vez».
Esta influencer asimismo, afirma Petersen, «hacía que la maternidad pareciese mucho mejor y más gratificante que mi experiencia». Verla se volvió adictivo: «cuanto más consumía, más deseaba». Conforme consumía más, Petersen se equiparaba más. El mensaje que recibía, afirma Petersen, era: «esa persona semeja más paciente que , esa persona tiene la casa más limpia. Esa persona lleva la maternidad mejor que «.
Las investigaciones sugieren que esta clase de comparación on-line mediante las redes sociales puede ser en especial tóxica para quienes ya son frágiles a una mala salud mental. Una investigación, que examinó a más de doscientos madres de pequeños pequeños de entre veintidos y cuarenta y cinco años, descubrió que el uso de Instagram por la parte de madres que ya tenían baja autoestima, o que ya tendían a equipararse con otras personas, estaba vinculado a mayores niveles de ansiedad.
Ciertos se han apurado a censurar el género de «Mumfluencers» sobre las que escribe Petersen: la creciente tribu de mujeres que han monetizado su «maternidad» en Internet y han empleado sus seguidores, en ocasiones enormes, para vendernos una estética de la maternidad seductora, idealizada y, lo que es más esencial, comprable, a la que no podemos eludir aspirar. Si las redes sociales están inficionando nuestra paternidad, hay quien afirma que estas mujeres son las culpables: explotan a sus hijos a cambio de clicks y contenidos adictivos, se aprovechan de los frágiles, explotan nuestras inseguridades postnatales para ganar dinero.
Otros, no obstante, piensan que la cuestión es más difícil y que las «insta mums» son un blanco demasiado simple. Para sus defensores, su único delito es atreverse a festejar la crianza de los hijos -una práctica que en la mayor parte de los casos no es retribuida, está infravalorada y es objeto de un esnobismo intelectual y social extendido- y hallar una forma nueva de conseguir dinero sin las limitaciones de las estructuras laborales patriarcales que hacen prácticamente imposible que la mayor parte de las madres desarrollen sus carreras y aumenten sus ingresos al paso que son el género de progenitores que desean ser para sus hijos pequeños.
Entre sus defensores está la cronista Jo Piazza, que estudió la relación entre maternidad e influencers para su podcast Under The Influence. Lo que descubrió fue «una industria millonaria creada por mujeres y consumida por mujeres que los primordiales medios ignoran en buena medida», pese a que «estas personas influyentes controlan hoy en día más audiencia que la mayor parte de las grandes cadenas de T.V. por cable o los primordiales periódicos». Descubrió que las mamás influyentes ganaban salarios de 6 cifras y sus maridos dejaban el trabajo para respaldar sus negocios. Ciertas se habían hecho millonarias.
Las mujeres están habituadas a oír que se desdeñan las cosas que les atraen de forma exclusiva, desde la moda hasta la ficción llamada «chick lit». Mas lo que hacen las «mumfluencers» no tiene nada de frívolo, asevera Piazza. «Son emprendedoras. Son autoras. Han creado sus empresas que pueden dirigir y con las que ganan mucho dinero, todo ello mientras que crían a sus hijos en un planeta que no es afable con las mujeres que solo desean esa flexibilidad. Hacen lo que muchas [madres] desearíamos poder hacer».
Para otros, no obstante, persisten inquietantes cuestiones sobre las redes sociales y la paternidad. La escritora Colette Lyons comenzó a interesarse por la relación entre maternidad y redes sociales cuando se halló dando tumbos por las madrigueras de Instagram mientras que nutría de noche a su hija, que no dormía. «Jamás había mirado Instagram en lo personal ya antes de tenerla», recuerda Colette. «Mas entonces mi hija era la que peor dormía del planeta, y tenía un buen tiempo libre y no tenía cerebro para leer, así que terminé navegando mucho por Instagram. Naturalmente, el algoritmo me conocía. Me nutría con mumfluencers».
Tras aproximadamente un año de consumir sin dormir lo que llama «el alimento basura» del contenido de las mamás influyentes, decidió usarlo como inspiración para redactar, en parte «para sentirme menos mal por consumirlo». El resultado fue el thriller obscuro e irreprimible People Like Her (Gente como ), que cuenta la historia de la influencer Emmy Jackson, asimismo famosa como Mamabare, cuyo éxito en Internet como insta-mamá comienza a conminar su matrimonio, su ética y la seguridad de su familia. A Lyons le maravilló la idea de que madres como la Emmy falsa compartan cosas sin tener «ningún control sobre quién consume el contenido y de qué forma se siente sobre ti… No sabes en qué sitio están y cuáles podrían ser los efectos. Me pareció alarmante». En el caso de Emmy, los resultados ponen los pelos de punta.
Lyons apunta que muchas mamás influyentes confían en las bonitas imágenes de sus hijos para edificar sus marcas. En el caso de los pequeños actores y modelos, «hay leyes laborales, el dinero debe sostenerse en fideicomiso para el actor si hay ganancias», mas «no existe nada semejante para estos pequeños de Instagram», un punto que fue señalado por el reciente informe del Comité Distinguido del Departamento de Cultura, Medios de Comunicación y Deporte sobre los influencers.
Es reluctante a «ser demasiado dura» con las madres que se han sentido atraídas por hacer dinero en Instagram «como medio de ganarse la vida de forma flexible y a su aire». Si puedes sortear los escollos, «entonces tal vez esté bien», afirma. Mas le intranquiliza la manera en que se comparten imágenes de pequeños en la red. «Creo que es considerablemente más bastante difícil enseñarle a tu hijo que está en su derecho a permitir que se utilice su imagen si la estás monetizando».
Hoy en día, cuando veo una imagen de maternidad perfecta en Instagram, intento recordarme a mí que, del mismo modo que mi fotografía imbécil de la carreta, la presencia en línea de una persona acostumbra a ser más actuación que realidad. No obstante, no juzgo a otros progenitores por actuar «para el ‘gramo». Al fin y al postre, ¿no estamos la mayor parte de los progenitores desempeñando un papel que no sabemos realmente bien de qué manera hacer, cuando menos al comienzo? «Creo que tal vez por eso las madres primerizas se sienten atraídas por Insta-mums», coincide Lyons. «Semejan darnos una suerte de plantilla de de qué manera habría de ser todo. Si no estás geográficamente cerca de tu familia, y tal vez no tienes amigos que estén en exactamente la misma etapa de la vida, eso puede sosegarte».
Pese a mi instante de lucidez en el huerto de calabazas, no voy a desamparar las redes sociales en un corto plazo. Para mí, son una herramienta refulgente para conectar con los lectores que han gozado de mis libros, y nada me agrada más que percibir mensajes de todo el planeta de gente que ha estado lúcida toda la noche con mis novelas Greenwich Park o Las otras madres, sin poder dejarlas. Petersen, no obstante, ha adoptado un enfoque diferente. Desde el instante en que publicó su libro, ya no consume muchas redes sociales. «Ahora me apetece poquísimo ese género de contenido en Instagram», afirma. «Soy más feliz no consumiéndolo. Me siento mucho mejor».
The Other Mothers de Katherine Faulkner (Bloomsbury £14.99) se publica el ocho de junio de dos mil veintitres.